Es bastante curioso como odiaba que llegara el fin de las vacaciones, pero a la vez me emocionaba entrar a estudiar, y no, no era porque fuera a ver a mis amigas o fuera a conocer personas y profesores nuevos, era simple y sencillamente porque amaba ir a comprar los útiles, que me compraran colores y lápices nuevos, rogarle a mis papás porque quería los cuadernos de frutitas que olían a rico o los de cachorritos- al menos para tener un perrito porque a mi mamá nunca le han gustado los de verdad-.
Cuando pequeña, e incluso ahora, me extasiaba ver tanta variedad de cosas para estudiar, reglas y carpetas de todos los colores; borradores de mil formas. Con eso me doy cuenta que parte de disfrutar el colegio era esperar todo el año para poder comprar los útiles que más me gustaban.
Útiles escolares de nuestra infancia
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Parte de mi infancia era ir al supermercado con mis papás, no porque fuera mi actividad favorita, sino porque si no iba no había Yogo Premio o Gogos, no compraban el pan Bimbo que funcionaba para coleccionar los carritos. Ir al supermercado significaba agrandar alguna de mis tantas colecciones, era rezar porque no me saliera ninguno repetido porque de ser así iba a tener que cambiarlos con mis amigos y eso no garantizaba que obtuviera el que tanto quería. No fui mucho de ir a Mcdonald's, mi mamá siempre decía la típica frase de “En la casa hay sopa” -como la odiaba-, así que esa colección de las cajitas felices no fue una de las mías.
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Convencer a mis papás para que me compraran el brillo de Rosita Fresita o la loción de las Bratz era otro cuento completo, si pedirle McDonald's a mi mamá era difícil, esto era el reto mayor. Mis papás nunca me lo dieron, pero algo con lo que ellos no contaban era mis abuelos; era sagrado que llegáramos a donde ellos en cualquier momento que pudiéramos, fuera Semana Santa, vacaciones de mitad de año, semana de receso o Navidad, y esos seres tan amados me tenían la colonia, el brillo o el set de maquillaje que tanto pedía cuando estaba aquí en Bogotá.
Los objetos son lo más físico de nuestros recuerdos de aquella época, al final recordamos una que otra frase de ‘Las Sombrías Aventuras de Billy y Mandy’, alguna canción de ‘High School Musical’ con la mitad de su respectiva coreografía y el color de nuestro puffle favorito en ‘Club Penguin’, pero la colección de Gogos, Legos y muñecos de Yogo Premio es algo que no desaparecerá, a menos que decidamos botarlos a la basura, y ni así porque están hechos de plástico así que esas cosas seguirán aquí mucho tiempo después de que todos nosotros hayamos muerto.
Tener una colección de objetos es tener una colección de recuerdos al alcance de la mano. Esta no es una invitación a que sean acaparadores de objetos, más bien es una invitación a que coleccionen sus memorias con sabiduría y cariño. La mente puede ser muy engañosa, pero al plástico le cuesta muchísimo mentir.